Diáspora y gastronomía venezolana: dos caras de una misma comida
Diáspora y gastronomía venezolana: dos caras de una misma comida
Gabriela Montes de Oca es una comunicadora venezolana entusiasta de la gastronomía en todas sus expresiones y como vehículo de conexión entre personas. Ha trabajado en comunicaciones para restaurantes y emprendimientos gastronómicos en Washington DC y Buenos Aires, y es la fundadora de Tepui Culinary Experiences.
Escuchar el ruido que hace un papel de aluminio al quitarse y develar una arepa de desayuno en una lonchera para la escuela.
Ver una bandeja desbordada de cientos de tequeños en cualquier celebración cotidiana.
Probar el aceite que se desborda de una empanada de cazón mientras la brisa del mar te arropa algún lugar del mar Caribe.
Estas son escenas que, en mayor o menor medida y con algunas diferencias regionales, forman parte de la memoria gastronómica de las personas venezolanas.
Para cada una de estas personas, incluyéndome, la comida tiene una importancia invaluable. Si bien esto no es exclusivo de nuestro gentilicio, la comida de y en Venezuela ha cobrado una dimensión complicada. En muchos casos ha sido por su ausencia. En otros, por el vehículo en el que se ha convertido para trascender fronteras, conectar a la diáspora y mantener vivas nuestras tradiciones. Estas son dos caras de la misma comida.
A lo largo de los años, Venezuela se ha conocido y reconocido en noticias alrededor del mundo por acontecimientos mayormente negativos, muchos de ellos relacionados con comida, o mejor dicho, por la falta de ella. Imágenes de anaqueles vacíos, historias de personas que solo se alimentan una vez al día, e incontables estudios sobre la desnutrición infantil abundan y persisten. Estas son solo algunas de las escenas que ha vivido una sociedad víctima de lo que se ha catalogado como la peor crisis humanitaria de todo el continente americano.
Y aunque esa realidad se mantiene vigente para muchos, la resiliencia de los venezolanos también se ha demostrado, tanto dentro como fuera de su país. Millones de personas migrantes venezolanas no solo han salido buscando mejores oportunidades en todo el mundo. Y como tantas otras personas migrantes, han buscado conexión a través de una mesa compartida, adaptando sus recetas a ingredientes de sus nuevos destinos, resignificando y estudiando sus costumbres propias, e integrándose con los lugares a los que han llegado a través de platos que muchas veces se daban por sentado.
Migración como el motor para la gastronomía y la conexión
“Salir de Venezuela me hizo crecer como cocinero. Fue gracias a lo que he aprendido de tantas personas en mis viajes que he logrado darle forma a lo que hoy es mi proyecto de investigación del maíz venezolano” José Eizaga, mejor conocido como Zagacook, tiene una pizzería en Buenos Aires, una ciudad en la que las pizzerías son casi tan prevalentes como los cafés de cada esquina. En su tiempo libre, “Zaga” se dedica a Maíz Pelao.
Esta iniciativa estudia el rol del maíz en la mesa venezolana para rescatar nuestras tradiciones y organiza “mesones areperos” con cierta regularidad desde su pizzería para educar a chefs y al público general sobre las tradiciones venezolanas, más allá de la popular arepa. Para sus creaciones, Zaga muele el maíz (una técnica que no todas las familias realizan debido a la prevalencia de productos industrializados de maíz) con maíz argentino usando la técnica de la nixtamalización, comúnmente asociadas a las tortillas de tacos mexicanos, pero que es la que históricamente produce la masa de arepas.
Para aquellos que no son chefs, cocinar es casi un acto de supervivencia del alma. “Para los venezolanos, aún en momentos de crisis, comer mal no es una posibilidad. Mi viaje personal con la cocina venezolana comenzó a razón de comer mejor y rico según mis estándares familiares. Donde vivo no existe cultura de compartir alrededor de la comida, y la gastronomía es muy sencilla. Pero eventualmente, cocinar me hizo darme cuenta de que podía alegrarle el día a alguna tía si le mandaba la foto de su famosa “macarronada”, o de que quiero hacer un libro con las recetas de mi familia para no perder lo que he recopilado.”, me contó Ramón Barreto, oriundo de Maracaibo, ciudad de Venezuela en la que la gastronomía es única, y que hoy en día vive en Oslo, Noruega.
La comida, además puede volverse una fuente de subsistencia, e incluso organismos como la Organización Internacional de Migración han reportado cómo muchos venezolanos han abandonado sus oficios o carreras formales para dedicarse a vender comida en los lugares a los que llegan. Tal es el caso de Alis y Rosermarys[1], o de Génesis y Karina[2], como de muchos tantos otros venezolanos que luchan por ganarse la vida en un lugar nuevo, pero también de poder darle un sentido de pertenencia a quienes se fueron y llegaron antes que ellos.
En mi proceso, también pregunté a amigas y amigos qué significaba la comida venezolana para ellos. “Cocinar y comer para los venezolanos que conozco significa compartir, pasar un momento juntos, cocinar para el otro, no es una actividad solitaria. Su comida transmite calidez, cercanía y es algo que sin duda le puede gustar a muchas personas”
¿Y cómo se come en Venezuela?
Aunque la comida tiene el poder de unir a la diáspora, Venezuela sigue encabezando la tasa de hambre más alta de Sudamérica con el 22,9%, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Esta, lastimosamente, sigue siendo una realidad que muchas personas ignoran, sobre todo al ver que existe una creciente oferta de restaurantes y propuestas gastronómicas dentro y fuera de Venezuela. Esa es una cara de nuestra cultura que no podemos olvidar.
Y aunque no se trata de borrar nuestra historia, historias abundan y espacios faltan para contar cómo la gastronomía y la migración venezolana se juntan. Este ejercicio, además de llenarme de orgullo, me conectó con mis raíces culinarias y me hizo sentirme aún más relacionada con amigos, familiares y colegas, incluyendo extranjeros, que han abrazado mis preparaciones y me han contado de personas con nombre y apellido que les introdujeron a las arepas, las mandocas y muchos, pero muchos tequeños.
Y aunque la migración normalmente se asocia con movimiento, separación y lejanía, quiero creer que los venezolanos, migrantes o no migrantes, a través de la comida nos hemos acercado y unido más entre nosotros, recreando y nuestra cultura en el exilio y con quienes se quedaron en el lugar del que todos venimos.